Un niño diría que este jardín es más grande que una casa, un adicto a los proverbios que "la valla no te impida ver el resto del jardín", un pragmático que " pues es el jardín frente al mítico bar Gredos". Todo es cierto, mejor mezclarlo todo para no acotarnos en definiciones.
Aunque para no perder la magia, si tuviésemos que enseñar el jardín a una criatura, muchos metros antes de llegar a él, le diríamos que fuese siguiendo las pistas como pulgarcito a través del sendero que conducía a un mago.
En el sendero le diríamos que se fuese fijando en plantas que no hubiesen nacido de forma espontánea y que hubiesen sido puestas allí por por el mago de las plantas.
Si el niño o niña entrase en el juego, no pasaría por alto el primer indicio de encantamiento sobre el camino erosionado por el paso de las personas que, sin duda, transitaban para conocer al mago.

Pasado este primer hito del camino, se percataría de las varitas mágicas de color rojo con las que rebrotaba árboles traídos por el viento o con las que los ayudaba para salir de la tierra.
Ante la última varita del camino frente a un pequeño portal, se preguntaría si allí viviría el mago. Tras dudar si llamar aleatoriamente por el portero automático, vería que a su derecha el camino continuaba. Justo en la esquina, vería otra señal que le invitaba a seguir caminando.
Y nada más doblar el chaflán, se encontraría con el jardín con valla, aunque sin duda, ya habría entendido que era un truco del mago de las plantas para conseguir su objetivo de expandir la jardinería vecinal por senderos aún no explorados.
¿Consiguió ver al mago? Sí, le encontró escondido tras las rejas de la ventana de su piso. Era tímido, pero pudo hablar con eĺ, le dijo su nombre. También algo al oído. Luego cerró la ventana.